Lo que no esperaba

Hace tres años, por esta misma época, sufría del más triste dolor que nadie merece, el dolor del desamor. Ese dolor que a nadie le deseo, porque es el sufrimiento más terrible que no se cura de la noche a la mañana. No existe doctor, ni medicinas ni tratamientos para tal enfermedad. Sin embargo, sólo la voluntad de uno mismo hace que uno renazca como el ave fénix: esa es la ventaja. De este dolor se aprende a pulso que no hay que darlo todo porque, cuando se da todo se corre el gran riesgo de que te pisoteen y se burlen de ti.

No sé en qué parte del cuerpo existe ese dolorcito maluco que le deja el desamor, pero lo he sentido en las entrañas y en el pecho. Es algo tan inexplicable, que sólo quien lo ha sentido puede dar fe de que lo que redacto es totalmente cierto.

Hace tres años lo sentí, pero hoy vuelvo a sentirlo, en menos magnitud pero se siente. La diferencia es que hoy no estoy sola. Voluntad y fuerza hacen parte de mí. Aunque hoy me sienta burlada en mis buenos y puros sentimientos, me siento un poco libre y tranquila: libre porque me he desahogado hasta más no poder y, tranquila porque di todo de mí para que todo fuera como había soñado y como estoy acostumbrada a ser: una persona leal y correcta.

Hoy sólo me queda pensar en si vale la pena ser tan bueno. Muchas veces he leído que eso no lo es lo mejor porque siempre te pagan mal, pero me queda en el corazón y en mi conciencia que todo lo que hice fue por amor y que siempre detrás de algo malo viene algo muy pero muy bueno.